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España contra la anfitriona: cuando Mussolini compró un mundial para Italia

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Este domingo la selección española juega contra la selección de Rusia en octavos de final del Mundial celebrado en ese mismo país, es decir, España se enfrenta a la anfitriona del campeonato. Pese a las dudas que ha podido generar su juego en la fase de grupos, La Roja se perfila como clara favorita ante el combinado de Putin. No obstante, conservamos en nuestras memoria los infaustos recuerdos de los últimos enfrentamientos de España contra las selecciones organizadoras del campeonato.

El último traspiés español de estas características fue el que tuvo en verano de 2013 en la final de la Copa Confederaciones de Brasil, donde España palmó estrepitosamente ante la selección carioca de Neymar, Alves y compañía. Había muchas ganas de tener por fin un Brasil – España en una final (duelo que se podría reeditar este Mundial), pero la leche que se pegaron quitó a muchísima gente las ganas de volver a ver a los bailongos brasileiros.

Pero el golpe más duro que conservamos en la retina es el hostiazo contra Corea en el Mundial de Corea y Japón de 2002. Todo en aquel partido fue dramático: Al-Ghandour pitando como el puto culo, Helguera y Hierro comiéndose al susodicho, Joaquín fallando el penalti decisivo, Camacho sudando como nunca… Un dramón.

El actual míster español vociferándole al mítico Al-Ghandour.

No obstante, hay un precedente más lejano, aunque no por ello menos duro, Ese precedente muestra a la perfección lo que es enfrentarse a un equipo con una influencia política tan directa que repercutió con claridad en el campo. Este caso es el que vivió la selección española en el Mundial de Italia de 1934, cuando tuvo que enfrentarse a una Italia bastante más camorrista de lo normal.

Por si no habías caído, insistimos: Italia. 1934. Ejem, fascismo del bueno. Mussolini dirigía el país con mano de hierro en un años de tensión internacional que terminarían como todos sabemos. Y España en plena república. Grandes ingredientes para la práctica del balompié de entreguerras.

La fiesta del fútbol. Con «f» de fascismo.

En este Mundial se comentó que si Putin se encargaría de revisar el VAR él mismo, y se bromeó con los ángulos muertos y demás deficiencias que tiene el régimen ruso y su creciente autoritarismo, pero… no es nada comparado con lo que Mussolini armó para Italia 34.

Para empezar, invitó amablemente a Suecia, la otra candidata a ser sede mundialista, a retirarse. Il Duce, tal y como quería, consiguió su Mundial en Italia, sabedor de la buena campaña de marketing que podría significar en aquellos tiempos en los que el postureo dictatorial era primordial.

Menuda estampa.

La cosa siguió con una agresiva política de fichajes de jugadores argentinos para clubes italianos. De esta forma, pudieron conseguir la nacionalidad italiana, con la idea de jugar con la selección azzurra. (Ante esto, no es descartable que el actual Ministro del Interior italiano, Matteo Salvini, hubiera sido más facha que el propio Mussolini y no hubiera aceptado a estos extranjeros en su país).

«Si pueden morir por Italia, pueden jugar con Italia» decía el seleccionador italiano, Vittorio Pozzo, acerca de los argentinos en la escuadra nacional.

Italia superó a EEUU en octavos sin demasiada complicación (7-1), mientras que España se deshizo de Brasil por tres goles a uno. Llegaron los cuartos de final, y transalpinos e ibéricos se iban a medir el lomo de lo lindo en lo que se presentaba como el duelo estrella de la competición. Aquel lance pasaría a la historia como «la batalla de Florencia».

Arrancó el partido ya con leña desde el minuto 1. La dureza del calcio de los italianos no impidió que España se adelantase en el marcador a la media hora de partido. Pero la alegría duró poco. A punto de pitar el final de la primera parte, marcaría Italia con una jugada de lo más macarra: Ferrari remató un balón colgado al fondo de la portería defendida por el divino Ricardo Zamora  sin que este pudiera hacer nada. Y no pudo hacer nada básicamente porque mientras el cavallino rampante marcaba, otro jugador azzurro agarró a Zamora para inmovilizarlo por completo. El árbitro, obviamente, se hizo el sueco (pese a ser belga).

La selección española en 1934. Cómo hemos cambiado.

La segunda parte del partido consistió en esencia en ir limpiándose jugadores españoles uno a uno. Hasta seis jugadores de la selección acabaron el partido lesionados, impidiéndoles jugar el partido de desempate del día siguiente (que por entonces se jugaba para dirimir los empates). La palma se la llevó el propio Zamora: acabó el partido con dos costillas rotas tras un rocecillo con un amable italiano.

Cuando España eran Los Rojos y no La Roja.

Y con esa papeleta se jugó el replay. Un partido en el que otros cuatro españoles cayeron lesionados y en el que el árbitro suizo René Mercet anuló dos goles legales a España y concedió el de la victoria italiana a Giuseppe Meazza (sí, el del campo del Inter) cuando se había producido una clara falta en ataque.

Y tú dirás: «claro, porque vosotros lo digáis tuvo que ser así, si ya con el VAR cuesta, pues imagínate». Pues imagínate tú lo obvio de aquel biscotto que el tal René Mercet fue expulsado de por vida del arbitraje por la FIFA. A tomar por culo por amañar partidos con fascistas.

Caricatura de los italianos en el Mundo Deportivo reflejando su particular estilo.

Los italianos continuaron con su estilo hasta la final contra Checoslovaquia e Italia ganó el Mundial, tal y como Mussolini se propuso. 60 años después de las costillas rotas de Zamora, llegaría la nariz chorreando sangre de Luis Enrique para acrecentar el trauma, pero en 2008 el penalti de Cesc rompía la maldición de cuartos, y de paso nos redimía del miedo a aquella Italia abusona que nos inflaba a hostias cada vez que podía. Lo de Italia parece superado. Ahora a superar el miedo a las anfitrionas ruskis.

Con información de la hemeroteca de Mundo Deportivo, FIFA.com, El Periódico y Marca.

Ad Absurdum suele escribir sobre historia, a veces en libros como Historia absurda de España o Historia absurda de Cataluña.


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